“Por si, algún día me muero, y tu lees este papel, que sepas, lo mucho que te quiero, aunque no te vuelva a ver”
Tendría como unos diez, once años. Mi vida se describía en cosas complejas a su momento, ahora simples: de mi casa a la escuela, de la escuela a comer con mi abuelita, de mi abuelita a la casa y el ciclo sin fin.
Recuerdo esos momentos en que llegaba de la escuela a la casa, a las 12:30 del día, más bien 12:38, porque me venía caminando. Dejaba (aventaba) mi mochila, suéter, uniforme y chuchería y media que traía encima. Me ponía mi pants, una playera, y mis tenis. Caminaba hacia la esquina de la casa donde esperaba el microbús que me dejaba justamente en frente de la casa de la mencionada abuelita. Cuando llegaba, y sin que el microbús parara totalmente, siempre, de un intrépido (estúpido y ridículo) salto descendía del micro, siempre, cayendo de rodillas al piso.
Evadiendo el impenetrable zaguán (siempre abierto) tocaba con impaciente habilidad él, para entonces, inalcanzable timbre de ombligo. Y a esperar. Esperar a que Josefina (La Chaparrita) decidiera dejar sus labores de mucama sindicalizada para atender al chaparro, prieto, panzón escuincle que tocaba desesperadamente el timbre.
Una vez adentro era saludar al Poncho (perro huevón que salía solito a dar la vuelta) que siempre estaba muy entretenido en sus asuntos en el garaje. Al perico que nunca aprendió a decir mi nombre, pero que dominaba el arte de morder dedos, y en la primer planta, la incorruptible y eterna figura de La Abuela Julia (Abuelita Julita, pa’ los cuates) en su aun mas eterno sillón estilo Luis XV, y no dudo que haya sido de esa época.
-Guenas tardes Aguelita Julita-
-Buenas tardes TacvbaMeme. ¿Cómo te fue hoy?-
-Bien gracias, en la eskuela mordi a un niño que me quiso pegar-
-No TacvbaMeme, no hagas eso. Te pueden expulsar-
-No Aguelita, ya no lo guelgo ahacer-
-Dile a Josefina que caliente la comida y te sirva de comer-
-Si Aguelita, pero jose se jue por las tortillas, puedo ir a buscarla?-
-Sí, pero no se tarden-
-Si Aguelita, orita vengo-
Ya una vez sentado en la mesa de la cocina (el desayunador era para las tertulias después de las cenas, y el comedor principal solo cuando había visitas) de madera, cubierta con mantel de hule, desgastado por el interminable paso de cazuelas, platos, vasos y por mis manos siempre inquietas a la hora de comer esperaba a que Jose me sirviera mi comida. Sopa de habas, o sopa de arroz, de letritas, de moñitos, de rueditas, tallarines, popotitos que nunca supe cómo se llamaban, de estrellita, etc. De plato fuerte carne asada, entomatado, bisteces en caldo de jitomate, mole de olla, caldo de pollo o de res, mole amarillo, tacos dorados, tortas de papa, y me quedo corto al querer mencionar todos aquellos platillos que Josefina preparaba con tanto esmero con su cazuela y su cuchara de peltre.
Encendía la estufa con un cartoncito que cortaba de los botes de leche, y con cuidado lo acercaba al quemador, que inmediatamente desprendía flama azul. Rápidamente la cazuela, cacerola u olla entraba en contacto con el fuego, empezaba a calentarse. Y yo, tamborileando mis dedos sobre la mesa, jugando con el salero, tratando de enganchar el tenedor con el cuchillo, leyendo los ingredientes del aceite de oliva. Y en el radio sonaba en amplitud modula La Consentida, y su eterno, repetitivo y pegajoso jingle: La consentida, la consentida… Con música de pegue. Y siempre, en el mismo horario comenzaba Los Gigantes de la Salsa… ♪Sentado estoy sobre una moneda de veinte centavos♪.
Gitana, gitana, gitana, gitana tu pelo, tu pelo, tu cara.
El tiempo no pasaba en vano en esa casa, todo funcionaba como un gran reloj en sincronía con la vida, y siempre llegaba yo a romper con todo lo establecido, a gritarle al perico, a jugar con el perro, a robarme las monedas que La Chaparrita escondía en su gaveta, a esconderme en los roperos, a brincar en la cama, a subirme a la azotea y sentir cosquillitas en la panza al asomarme y verme tan lejos del piso, encontrar un montón de cosas desconocidas en los cajones del tocador de la abuelita, cosas que uno a esa edad no se imagina que existen. Abrir la llave de la tina y dejar que el agua ocupe el espacio vacío y luego ver como el agua se va dando vueltas por el desagüe. Correr por la terraza, el patio, el comedor grandote. Jugar baraja con los primos, esconderse en la chimenea, resbalarse sentado por las escaleras, tomar kilos y kilos de dulces del pezdulcero al pie de la escalinata. En fin, el tiempo no pasaba en vano en esa casa.
Y ahí estaba yo, con el plato de sopa enfrente de mí. Arremetía violentamente contra el plato atacándolo despiadadamente con el salero.
-¡TacvbaMeme, Deja en paz ese salero, tu plato ya esta mas blanco que el nevado de Toluca!
-Pero si no tiene sal-
-¿Y cómo sabes que no tiene sal, si no lo has probado?-
-Ya lo probé-
-¿A qué horas?-
-Cuando te volteaste-
-De todas formas deja ese salero en la mesa y come-
Y ahí era la letanía de siempre, y que hasta la fecha todavía me persigue: ¡Come! ¡Deja de jugar! ¡No platiques y termínate tu plato! ¡Ya tiene sal! ¡En la mesa no se lee! ¡Siéntate bien, no estás en la cantina! ¡Se te va a enfriar!...
Gitana, gitana, gitana, gitana tu pelo, tu pelo, tu cara.
Una hora después, me despedía de Jose, de la Abuelita, del perico neurótico, del Poncho, y partía agradecido de aquel mágico lugar donde pase tantos días de mi niñez. Siempre salía tratando de imaginarme el pelo y la cara de la gitana, gitana.
Y luego el silencio se hizo. Todo en aquella casa murió. Abuelita Julita, Josefina, El Poncho, Perico, la familia que allí vivía mudó a lugares lejanos, a esos lugares donde todavía no puedo ir. Y finalmente murió aquel niño de diez, once años. Llegue a la adolescencia.
Saludos
TacvbaMeme