Platicas conmigo. Pero no puedes concentrarte. Una y otra vez recuerdas ese pequeño bar en el que te hice mía. El suelo lleno de colillas de cigarros, una barra en llamas y ese sillón obscuro en el que las venas escondidas de mi cuerpo transportaron hacía ti los fluidos de placer, más allá de lo visible. Tu mente continúa atrapada en mi Edén. Contemplas la multitud saliendo del local. Me sumerjo en tus senos para luego recorrer todos los labios de tu cuerpo, tus párpados de fuego y tu cuello sudoroso. Me deslizo por tu figura bajo la obscuridad, trazando signos húmedos en tu vientre y desdibujo el contorno de tu tatuaje con esta lengua que me gusta tanto introducir en tu húmeda cavidad. Entonces, te abandonas al silencio de ese líquido que invade lo más hondo de tu sexo palpitante. “Que quieres”, te pregunto, “No lo sé”, ¿Una buena mujer que estudia y obedece a sus padres? ¿O acaso una hembra que quiere, necesita, ser dominada? Tu eres, mi amor, una insaciable princesa nómada que está a punto de arrancarme la vida… Al fin vuelves de tu Edén mental. Clavas tus labios en los míos y con una devoción desesperada, tu lengua comienza explorar todo lo pequeño y lo escondido de mi piel, como si estuvieras en busca de algo que hubieras perdido antes de conocerme.
Tu deseo se convierte en desenfrenada obsesión y empiezas a acariciar los pellejitos de mi boca, que se van suavizando gracias al paso de tu lengua que se dedica a embriagar mi miembro. Hay besos largos que anestesian y el tuyo hace que me pierda en tu sexo, mientras tiras levemente de mi carne. Vuelves otra vez hasta empezar a cortar con los dientes la piel que poco a poco se desprende hasta que, no te pregunto cómo, un diminuto charco de sangre se forma sobre la alfombra del bar al tiempo que sientes mi erección que te devora. Tus nalgas se abren y te preparas para ese espeso licor. Un hambre salvaje y sin final nos cautiva y allá, en el exterior, los primeros rayos de sol juegan con las hojas de los árboles, mientras el vino rojo de tu copa inspira nuestro m{as estruendoso orgasmo. Aquí, en medio de este beso de sangre, de este encuentro lujurioso con tu esencia, esperas a tu príncipe azul, ese que te llevará desnuda al lecho su castillo. Ahí, con el tiempo, despertarás bajo la cálida caricia de un beso de amor en cuyo centro, quizás, reconocerás la cicatriz de nuestro ultimo encuentro de sangre.
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